En el Umbral – Ensayo

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Montañas de hojas otoñales de muchos colores se apilaban a orillas del riachuelo cristalino que reflejaban su blanco rostro ansioso, adornada por las hojas que poco a poco la tímida corriente le va arrancando a la orilla, mientras la piedras sumergidas en el lecho del rió danzan cantando esa canción que la naturaleza suele regalarnos siempre, ella acostada sobre la hierba con ambas manos en la barbilla observaba con melancolía ese imparable baile fruto del azar, de la gravedad  o de dios.  Absorta se preguntaba cómo podía haber imaginado que en medio de la plenitud del amor se encontraría de repente sola en medio del campo sin la ya casi acostumbrada presencia de él, como tomados de las manos daban vueltas mirando el cielo como un par de niños jugueteando gritando y riendo jubilosos, sintiendo que vestían de felicidad, que nada entonces les hacía falta, ahora recordar esos días le hacían daño, quemaban sus entrañas, inexplicablemente le dolía el alma, trata de calmarse así misma diciéndose con firme certeza que el tiempo pasara rápido, que el regresara y todo volverá a la normalidad, entonces ese mundo gris que le rodea volverá a tener color, todo tendrá sentido nuevamente, será un descanso a su afligido y duramente golpeado corazón.

Reparando en ello resuelve alimentarse de antiguos y felices momentos, eso le causa leve sosiego, cierra los ojos y recuerda la noche cálida en la que sentados en la cima de la pequeña colina que colinda con su casa, veían extasiados el cielo nocturno salpicado con cientos de miles de estrellas titilantes, sin mirarse uno al otro, solo a las estrellas, solo sintiéndose en el abrazo aquellas noches de noviembre,  hablando del incierto futuro, la incertidumbre que emociona, una suave mezcla de adrenalina y amor ilusionado, como un buen y añejo vino que despierta el más sensible de los sentidos al catar su pureza, ahí, entonces no puede evitarlo, las lagrimas inunda sus delineados ojos con sorpresa y una recorre lentamente entre su nariz y su mejilla izquierda llegando a la comisura de los labios, tristeza mezclada con algo de felicidad, aprendió con felicidad a amar, ahora aprendía amargamente a extrañar, esas cosas le hacían pensar infantilmente en la posibilidad de poseer la magia de las fabulas de su niñez para invocar un sortilegio y traerlo a sus brazos con la velocidad de sus pensamientos, pero se sonrojaba sintiéndose como una tonta por permitirse así misma desear tal fantasía, intentando luego disculparse consigo misma admitiendo para si, que en el dolor de la desesperación se recurre a cualquier cosa, deseo o pensamiento. Al fin y al cabo ella merecía darse eso al menos, pensó, total son cosas que morirían con ella y nadie en el mundo las sabría.

Verse ahí acostada boca abajo teniendo ese tipo de pensamientos se le hizo al rato algo agridulce,  dilucidar un amor como el que ella sentía desde el punto de vista de la separación que sufría era algo nuevo para ella, en las novelas románticas que su madre guardaba en la gaveta izquierda de su cama y que ella ocasionalmente por simple curiosidad o ociosidad había leído por pedazos, los idilios llenos de lagrimas, pasión y problemas, eran algo soso, forzado e incluso cursi para ella, jamás paso por su cabeza que sufriría una epopeya del corazón como la de dichas novelas que en 250 páginas llenas de cursilerías el final feliz estaba asegurado pues era lo tradicionalmente esperado por las asiduas consumidoras de esas ediciones.

-Que tontería!    –Pensó-

-Mi final será de lagrimas y el terminara en brazos de quien sabe quien…

Se sorprendió así misma de pasar de un pensamiento tan adolescente como el de traerlo de vuelta con magia a uno tan maduro como el de la fría resignación, al menos eso creía,  eso la animo a dejar de pensar tanta tontería, levantarse para irse y tratar de dejar todo en ese mismo lugar, largarse sin llevarse tanto pensamiento encima, animarse a seguir su vida, dejar que el tiempo hable por sí solo y no esperar indefinidamente que el vuelva para retomar su vida donde la dejo la última vez que se abrazaron, tenía esa loca idea que cuando deseas algo no se da y si lo rechazas o no lo deseas ya, terminar por pasar, porque la vida siempre querrá jugarte una mala pasada, quizás podría ser causa y efecto como su padre solía decir cuando trataba de enseñarle algo, en la época en que era una inocente adolescente que escribía sus experiencias románticas escolares en un diario rosa de pequeño y débil candado de latón de manufactura china. Su vida había sido sencilla mientras el amor que todo lo complica no había tocado su puerta, en ese momento de juventud su diario acontecer pasaba entre la escolaridad, los que haceres del hogar y sus salidas sabatinas ocasionales con sus amigas, se es ingenua en la juventud pensaba a veces, con la edad suficiente ya para reflexionar con mas claridad, aunque no se le diera bien todo el tiempo, ironizaba.

Le molestaba pensar tanto, sin darse cuenta se perdía por minutos entre sus elucubraciones que casi siempre terminaban cual laberinto sin salida haciéndola pensar repetidamente en lo mismo muchas veces. Por eso sus ratos consigo misma eran tan meditabundos, tan dubitativos, no era una mujer insegura pero solía pecar muchas veces de pesimista a la hora de esperar resultados positivos, por eso pensar cosas más productivas y alejada de toda imagen de él, le parecía la idea más sensata, una buena forma de ocupar la mente y dejar de pensar en un amor desbaratado por la distancia en la que ambos ignoraban que hacia el otro o en que andaba metido, mientras caminaba el pequeño sendero de vuelta alejándose del riachuelo y el desfile de hojas secas en su pequeña corriente, se enjugo las lagrimas y sonrió con pesadumbres al pensar que muy a pesar de de su firme decisión, su mente terminaría traicionándola y la imagen de su lejano amor volviendo a casa la asaltaría en cualquier momento, tan inevitable como la gravedad misma, se conocía muy bien, conocía sus flaquezas, ya casi al final del angosto sendero  adornado de hierba buena y pasto que terminaba en la fila de arboles que bordeaban  de cerca el riachuelo, diviso su pequeña pero hermosa casa, atinadamente pintada de blanco que la hacía resaltar sobre el verde oscuro de los arboles que le rodeaban y el verde vivo del pasto que adornaba el jardín frontal que su madre tan amorosamente cuidaba.

Interminablemente pensativa, seguía buscando la forma de arrancarse por un tiempo al menos, ese amor que de tanto darle vueltas en la cabeza estaba a punto de volverla loca. Podía pensar en las compras que debía hacer, en la ropa que debía lavar o en el almuerzo que debía preparar, un clavo sacando otro clavo, así comenzó de inmediato, a su edad aun vivía con sus padres, cosa que amaba,  su gran belleza al estilo de esas mujeres de los 60s, era algo muy conocido en su pequeña comunidad, una local Greta Garbo diría el viejo y amable dueño de la pequeña tienda de víveres donde ella solía ir los sábados con sus padres desde que ella tenía memoria. Eso decía la gente en general, nunca le prestó mucha atención a eso, pensaba que no le había servido de mucho dado que a su edad ya debería estar casada, sintiéndose al mismo tiempo una mujer de sentimientos sinceros y buena educación del hogar, por eso al comienzo de la relación, que había nacido en una feria local anual donde un cruce de miradas termino en una pista de baile conversando cosas que no venían al caso pero que la atracción mutua dejaba pasar por alto, se sintió inmensamente esperanzada, después de unos meses, una corazonada le decía que esto era definitivo, que era la hora de entregarse en cuerpo y alma , sin miedos, muy a pesar de cómo había terminado todo, ella no lo culpaba a él, esta vez no, culpaba a la providencia por antojarse de separarlos tan caprichosamente en el momento en que ella se sentía más segura que nunca del camino que había tomado su vida, sintiéndose entre sus brazos sentía que su mundo se completaba, entre besos y sonrisas como esas vueltas tomados de la mano cual niños, la hacían sentirse tan llena de dicha, la hacia olvidarse del resto del mundo, todo eso se había esfumado, se sentía engañada por la vida, burlada cruelmente, a mitad de camino entre los árboles y su casa, contemplo las cuerdas de tender ropa vacías, -Que ironía…quedare para esto. –pensó obstinada, probablemente una vieja solterona, amargada viviendo con su gato. Una imagen típica de las solteronas de antaño.

Caminaba lento para tratar inconscientemente de pensar un poco más, muy a pesar de querer evitarlo, antes de que su madre la distraiga con algún chisme de iglesia, cosa que tenía poco o nada de interés para ella, sin más, se vio parada inmóvil en el umbral del corredor que da a la puerta de la entrada principal, estando ahí se lleno de valor para tomar una decisión definitiva, ¿Qué debía hacer para arrancarse eso que la atormentaba tanto y volver a la normalidad? Jamás considero siquiera consultar tan difícil decisión con su mejor amiga, de ánimo siempre despreocupado, ella de seguro terminaría dándole un concejo alocado que no tendría buen término, temía al concejo de su madre, quien conservadora le respondería algo que de antemano sabia no le gustaría, así que estaba sola en medio de esa encrucijada de su vida en la que probablemente no terminaría por decidirse. Ese umbral por algunos minutos que se le hicieron largos se convirtió en el estrado de un juzgado donde ella debía dictar sentencia.

 

Miguel Angel Carrera Farias.  Venezuela.